Castillo y Murallas de Molina de Aragón

El castillo de Molina de Aragón, en Guadalajara, se asienta en la falda del monte que domina la población y el valle del río Gallo, en una zona fronteriza e historicamente estratégica para el dominio de los caminos entre los reinos de Aragón y Castilla. El origen de la fortaleza de Molina de Aragón o Molina de los Caballeros, como antiguamente se llamó, se remonta a un alcázar que levantaron los andalusíes sobre un antiguo castro celtibérico entre los siglos X y XI, y en el que situaron su residencia los reyes que gobernaban esta taifa, que hoy vemos enmascarada en las continuas reconstrucciones y reformas llevadas a cabo tanto en la Edad Media como en el siglo XIX

El territorio molinés fue conquistado por el rey aragonés Alfonso I el Batallador en 1129 y su castillo engrandecido como fortaleza cristiana por la familia de los Lara, que gobernaría durante dos siglos el territorio y la villa de Molina antes de pasar a formar parte de la corona castellana por matrimonio de Sancho IV y María de Molina en el siglo XIII. El castillo y la villa fueron creciendo a lo largo de estos dos siglos, pero es finalmente doña Blanca de Molina, la Quinta Señora del Señorío, la que concluye la construcción del castillo y amplía los recintos fortificados creando el Cinto.

El aspecto que hoy muestra el castillo al visitante es fruto de la alcazaba árabe, la fortificación cristiana y las numerosas reconstrucciones realizadas en el siglo XIX por las tropas carlistas, después de la voladura llevada a cabo por las tropas francesas del general Roquet.

A lo largo de la historia, el castillo ha sufrido diversos avatares y acontecimientos bélicos desde la Edad Media, como la guerra de los Dos Pedros (s. XIV) o las decimonónicas Gerra de la Independencia y las Guerras Carlistas.

El castillo de Molina de Aragón es el más grande y monumental de cuantos quedan hoy en la provincia de Guadalajara. Se define como una típica alcazaba bajomedieval en la que un vasto espacio amurallado acoge en su interior a la edificación medieval propiamente dicha. Está formada por tres recintos, fortificados y amurallados: el que abarca la villa medieval de Molina, el exterior o albacar, de enormes proporciones, defendido por numerosas torres de planta cuadrada y cerrado por el Cinto, y el interior o patio de armas, protegido por seis altas torres (ocho según los cronistas), de las que sólo se conservan cuatro en perfecto estado, comunicadas por un adarve o paseo de ronda almenado.

El recinto exterior dispone de cinco puertas de acceso: la de la Traición al norte, la de Caballos al sur, la del Campo al este y las puertas de la Torre del Reloj y Hogalobos al oeste. Además de estas existen otras en la muralla que rodeaba la ciudad medieval, como las de Medinaceli, Baños, Valencia y del Puente.

El albacar albergaba en tiempos de Doña Blanca un barrio entero, la iglesia románica de Santa María del Collado y la legendaria Cueva de la Mora. En torno al patio de armas se distribuian las dependencias principales como las caballerizas, las cocinas, los calabozos y los cuerpos de guardia (s. XIX).

Situada en lo alto de la población, dominando el paso y el camino hacia Aragón, se alza la torre Vigía del mismo nombre. Es una pequeña torre protegida por una pequeña muralla y complementaba la defensa del castillo. Estaba unida a el por un camino cubierto que hoy está completamente desaparecido. Tiene planta pentagonal, tres pisos y en su fachada principal presenta a la altura de cada uno un vano. En el primer piso es adintelado, el segundo es una aspillera y en el tercero forma un arco de medio punto. La torre tiene una terraza almenada. Actualmente en su interior alberga un centro de Interpretación. Junto con el castillo, es el elemento arquitectónico más representativo de Molina de Aragón.