Muralla de Ávila

Muralla de Ávila Las Murallas son el símbolo universal y monumento más destacado que acoge la ciudad de Ávila. Su importancia se deriva por ser el recinto amurallado medieval mejor conservado de España y probablemente de toda Europa. Por esto, ya desde el 24 de marzo de 1884 es monumento histórico-artistico, y más tarde el 8 de agosto de 1991 lo fue su entorno.

Hoy día, junto con el casco antiguo y algunas iglesias situadas fuera del recinto amurallado, forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Se trata sin duda, de uno de los monumentos y conjuntos históricos más visitados de España.



El origen de la muralla


La primera muralla

Según la tradición, en la Edad Media fueron dos maestres de geometría, uno romano y uno francés, Casandro Colonio y Florín de Pituenga respectivamente, los que dirigieron la construcción de la muralla medieval que duraría nueve años y en la que intervendrían 2000 hombres, según se cuenta. Hay que considerar que hubo una primera muralla más antigua y que se trata de un edificio “vivo”, con numerosas ampliaciones, reconstrucciones y reparaciones.

Es difícil conocer con certeza cuál fue la primera muralla abulense, partiendo de que existió una anterior a la medieval. Sin embargo, sí existen indicios de una cerca antigua, normalmente considerada como de datación romana. Con anterioridad, el actual emplazamiento de Ávila hubo de estar poblado: se han localizado muestras cerámicas en puntos dispersos de la actual ciudad como en el entorno de la Calle Cruz Vieja (al lado de la Catedral) o del Monasterio de Santo Tomás que indican, respectivamente, un poblamiento prehistórico durante el Calcolítico (III milenio a.C.) o la Edad del Bronce Final (1250-800 a.C.). Y es que el Valle de Amblés, en el que se localiza la ciudad, estuvo plagado de asentamientos de diferentes cronologías (desde el Paleolítico a la Edad de Hierro) y un altozano como el que sirve de asiento a la ciudad, no pudo pasar desapercibido. No olvidemos que en la cercanías de Ávila se encuentra el conocido Castro de Ulaca.

Sin poder asegurar el tipo de poblado preexistente, lo cierto es que la ocupación romana, poco a poco, ha podido verificarse gracias, principalmente, a la arqueología. Lejos quedan ya las referencias mitológicas al origen de la urbe por la fundación de un hijo de Hércules y que “Ávila” fuera el nombre de la mujer de este héroe. Pese a ello, aún hay discrepancias entre aquellos que consideran que Ávila pudo ser un oppidum previo o no. Para entenderse, un oppidum era un asentamiento de población indígena de cierta envergadura (en este caso, los vettones que eran los que ocupaban la zona) dotado de algunos elementos defensivos.

El problema es que no existen pruebas definitivas de que Ávila tuviera ese origen indígena aunque tampoco que los romanos la fundaran. Así que, lo más prudente, es considerar una teoría intermedia: con la llegada de los romanos a esta zona, el núcleo se potencia (ya que si estuvo poblado en tiempos más remotos) y pasa a ser un asentamiento medio, no una urbe, pero si con una cierta importancia a nivel regional. El grueso de la población era indígena bajo el control ejercido por los romanos. Y los vestigios que aparecen en el subsuelo urbano, hacen pensar que el poblamiento se concentró en el extremo norte y este del recinto amurallado (desde el Mercado Chico hasta el lienzo oriental). Hasta en veintitrés puntos de este área se han localizado restos edilicios asociados a un momento romano, predominando los altoimperiales, encuadrados entre la mitad del S.I a.C. y principios del S.III d.C., destacando los restos de mosaicos romanos encontrados en el antiguo Hotel Continental, en la Plaza de la Catedral.

Y en esta zona convivió población vettona y romana, produciéndose esa mezcolanza tan característica del mundo romano con lo autóctono pero ¿precisaron de una muralla que los protegiera? Nos situamos en el siglo S.II a.C.

La conquista romana no fue cruenta: se produciría hacia el 154 a.C. y los vettones debieron reconocer la superioridad militar de los invasores sin grandes enfrentamientos. Si hubieran seguido habitando en castros como el de Ulaca o el de la Mesa de Miranda, los romanos habrían tenido la amenaza de que se rebelasen así que debieron incitar a que los abandonasen. Y es probable que muchos de ellos pasaran a habitar Obila, urbe citada por el historiador Ptolomeo, de una forma más o menos voluntaria ya que la urbe resultaba más segura frente a otros peligros y un centro con cierto dinamismo.

Los únicos indicios de una posible muralla romana serían unas superposiciones de sillares que se han localizado en la Puerta de San Vicente y del Alcázar en sendas intervenciones arqueológicas. Sin embargo, estos restos no se pudieron asociar a niveles de ocupación claros. A eso hay que unir el que su potencial trazado no está muy claro: no es asumible que tuviera el mismo enorme perímetro de la cerca actual. Se ha venido valorando que cerrase por el oeste por la línea vertical que traza la calle Tres Tazas y que el resto de flancos coincidiesen con la que conocemos. En realidad, habría que pensar que no se llega a destruir la defensa romana sino que la medieval la “absorbe”.

Sin embargo, no se ha podido comprobar en ningún tramo que exista esta base romana: si hubiera tenido cierta entidad, habría restado algún indicio no así si se tratase de una mera empalizada con un zócalo de piedra en la base. Unas hiladas de apenas un metro de alzado en las dos puertas citadas, no son suficiente indicio como para considerarlas como el cimiento de una muralla, una muralla que debería haber dejado más huella en la actual.

De las intervenciones arqueológicas anteriormente citadas, lo más llamativo fue la aparición en la Puerta de San Vicente de sendos verracos a ambos lados de la zona de paso, uno “in situ”, tallado sobre la roca y otro desplazado. Ello permitiría deducir que flanqueaban un acceso, mezclando la tradición indígena de los vettones que los tallaban desde hacía siglos con la civilización romana que predominaba en aquel momento. Y es que durante la dominación romana se siguieron esculpiendo estos tótems y ya no sólo para utilizarlos como señales de parajes con buenos pastos sino, también, como elementos ornamentales.

¿Pero qué sentido tendrían si la muralla no era tal? Si nos guiamos por lo aparecido en la intervención arqueológica llevada a cabo en el Palacio de los Sofraga donde se reconoció un tramo de calzada de época imperial, estos verracos servirían como hitos pero no necesariamente asociados a una muralla sino, quizás, a una zona de paso o magnificando un acceso.

Desde luego, si existió no fue una muralla de gran envergadura ya que la ciudad tampoco lo era. No dejaba de ser una ciudad que debía pagar tributo y cuyos habitantes eran extranjeros no-ciudadanos. Por tanto, no debe pensarse en la imagen que habitualmente tenemos de una urbe romana sino de una pequeña comunidad que no alcanzó la categoría de municipio.

En la Avila, Avula u Obila romana, había zonas residenciales y productivas. De las primeras se han hallado indicios en la zona de San Vicente y aledañas (se pueden contemplar restos edilicios en el musealizado Jardín de Prisciliano) y en solares de la Calle Caballeros o Vallespín. Y de un área habitacional y también productiva son los restos aparecidos al lado del río Adaja en las Huertas de San Nicolás que se adscribirían a la relativa prosperidad del núcleo de población en torno al S.I y II d.C.

Quizás, como no era reconocida como ciudad romana, no contó con los grandes edificios que solían ocupar el forum o plaza de la urbe aunque si se ha documentado algún resto llamativo como la basa de una enorme columna (aparecida en un solar sito en C/Alemania) que bien podría formar parte de un templo o un edificio administrativo.

Los siglos siguientes al S.III son convulsos con el declive del imperio romano y las incursiones invasoras de pueblos bárbaros. Ávila continuó estando poblada como lo demuestran indicios, sobre todo cerámicos, localizados en diferentes excavaciones. Y Ávila era una capital de cierta importancia en el siglo VI y VII, ya en época visigoda. Surge, de nuevo, la duda acerca de cómo se defendería el núcleo frente a las continuas amenazas. Y la clave parece ser las torres cuadrangulares que encontramos embutidas en los torreones que delimitan las puertas del tramo oriental.

Para algunos autores, éstas corresponden a una defensa destinada a frenar los ataques suevos del S.V. Sin embargo, para otros, existen argumentos que contradicen esta explicación y tienden a considerar que estas primeras torres, integradas en una muralla antigua, deberían encuadrarse cronológicamente en los albores de la Edad Media, hacia el S.XI o principios del S.XII.

Estas torres no son romanas porque reutilizan elementos funerarios romanos. Y en los lienzos oriental y meridional existe un gran número de sillares REUTILIZADOS. Están dispuestos en hiladas pero no coinciden en disposición ni dimensiones. Ello se debe a que son piezas provenientes de alguna edificación romana previa que habría sido desmantelada. Tampoco tuvieron impedimento en utilizar estelas funerarias del antiguo cementerio de aquella época que, se cree, se localizaba en la zona de la Basílica de San Vicente.

La posibilidad de que se trate de los torreones de una defensa del S.V tendría su correlación con algunos yacimientos existentes en las inmediaciones como lo es el de Navasangil, un asentamiento de tipo medio a unos veinte kilómetros de la capital. Se trata de un asentamiento defensivo tipo castreño que se fortifica y concentra población por las amenazas existentes en aquel momento. Pero Navasangil no era una capital y Ávila lo sería en mayor medida. Recurriendo de nuevo a los resultados de las intervenciones efectuadas en la Puerta de San Vicente, los materiales asociados a las torres embutidas, proporcionarían cronologías en un amplio y vago espectro que va del S.VI al S.XI.

La Muralla Medieval

La Edad Media va a ser el escenario del surgimiento de la muralla tal y como la conocemos en la actualidad, con su perímetro de unos 2,5 km, en el que se levantan sus lienzos, sus 88 torreones, y sus puertas principales. Su construcción tendrá lugar en el siglo XII, si bien, la ciudad Medieval nunca careció de muros. Previamente, en parte como herencia de épocas precedentes, estos, más o menos arruinados, y con mayor o menor eficacia defensiva, estuvieron presentes y protegiendo la ciudad. Su población se fue acomodando al interior, y fuera de la cerca dibujando arrabales que se configuraban en torno a las parroquias, cuya construcción vivirá un momento de gran desarrollo bajo la moda románica. Otros edificios jugarán un papel destacado en su interrelación con las murallas, bien integrándola, como es el caso del Alcázar; bien abriéndose paso ante ella, como ocurre con la cabecera de la Catedral; y en otros casos adosándose intramuros, caso del Episcopio. Durante los siglos medievales las defensas fueron objeto de reformas y reparaciones, no solo como consecuencia del desgaste propio de un edificio de estas características y dimensiones, sino, a tenor de los avances y novedades que conoció el desarrollo de la guerra. Fruto de estas modificaciones surgió, ya a finales del medioevo, el imponente cimorro que preside la cabecera de la Catedral, el cubo 1.

Un importante complejo artesanal medieval, dedicado al curtido de las pieles, las Tenerías de San Segundo, se encuentra emplazado junto a la Puerta del Puente, documentándose su funcionamiento, a partir de las intervenciones arqueológicas, desde finales del S.XIV / principios del S.XV, hasta el último tercio del S.XVII. La singularidad de este complejo ha llevado a cursar su solicitud como Bien de Interés Cultural. Está proyectada su restauración y musealización.

Durante la Plena Edad Media, concretamente en los siglos XII y XIII, la ciudad es testigo de una impresionante actividad constructiva: se levantaron numerosas iglesias románicas, la Catedral, el Alcázar, el Palacio Episcopal, y la muralla con su perímetro actual. Todas estas edificaciones en simbiosis con el recinto amurallado, pues aunque la mayor parte de los templos románicos se erigieron extramuros (la causa más lógica era la falta de espacio material al interior, a la que se debe unir la oposición de la clase noble a crear murallas adentro potenciales lugares de amotinamiento por parte de la plebe), la ubicación de buena parte de ellos estará condicionada por la inminente cercanía a las puertas de los muros (San Isidoro, La Magdalena, San Pedro, Santo Tomé, San Vicente, etc.).

No faltó la construcción de algunos palacios, sobre todo a lo largo de la Baja Edad Media, ocupando el suelo próximo a los paramentos defensivos, a pesar de contravenir con ello las disposiciones reales (liberación del espacio inmediato a la cerca). Estas casonas palaciegas dejaron huellas más evidentes que las construcciones populares de la época, construidas con materiales más precarios. Se trata de paramentos de mampostería de piedra, careadas hacia los flancos, cuyos grosores rondan los 0,90m. No suelen contar con zanja de cimentación asociada, al ser levantados a partir del sustrato geológico, con la consiguiente destrucción de la secuencia estratigráfica previa.

En cuanto a los sectores de la sociedad, estos se repartirán las diferentes labores que posibilitarán el perfecto mantenimiento y funcionamiento de las defensas. Así, unos cumplían con las obligaciones de carácter militar (nobles y cristianos viejos de la ciudad), otros abastecían del material necesario para el continuo mantenimiento de la cerca (habitantes del campo circundante y los judíos), y otros ponían la mano de obra necesaria para atender las necesidades de la muralla (los campesinos y sobre todo los musulmanes).

Dentro de estos grupos, fue la comunidad mudéjar (musulmanes que habitaban en territorio cristiano), la más popular, alcanzando gran importancia e influencia. Los primeros musulmanes, la mayor parte como cautivos y destinados sobre todo al acarreo de piedra en las construcciones que en estos momentos empapan la ciudad (murallas, catedral e iglesias románicas), hacen su aparición en Ávila entrado el siglo XII. Los mudéjares abulenses levantaron mezquitas que utilizaban como centro de oración y reunión de la comunidad. Durante los siglos XIV y XV, y a partir de las fuentes documentales (tras la expulsión fueron desmanteladas, reutilizando sus materiales constructivos en otras edificaciones), tenemos constancia de cuatro mezquitas: la de la villa o San Esteban (intramuros); la de la Solana, a los pies del Alcázar, donde posteriormente se levantará el Convento de Gracia; el Almají de la Alquibla, posiblemente situado en la actual calle Empedrada; y el de la morería del Berrocal, ambos al sur de la ciudad.

La principal prueba de la relevancia de este grupo, quedó atestiguada por la excavación arqueológica del cementerio musulmán, situado extramuros, entre la iglesia de San Nicolás y el río Adaja. Esta maqbara (nombre que reciben los cementerios musulmanes) con más de 3.000 sepulturas documentadas, y vigencia durante los siglos XII-XV, nos habla a favor de su ineludible importancia.

Huellas de la labor de los alarifes mudéjares en la muralla, encargados de poner la mano de obra, tan solo es evidente en los detalles decorativos presentes en las partes altas de cubos y lienzos (sobre todo en los lienzos norte y oeste). Se trata de frisos en ladrillo rojo con motivos de inspiración mudéjar (esquinillas, sardineles, espigas, encintados…), que recorren dichos paramentos, un metro por debajo de las almenas. A ellos habría que unir los arquillos, también construidos en ladrillo, que aparecen recuadrados con un alfiz del mismo material en algunas de las escaleras de comunicación entre el adarve y la plataforma de los cubos. El resto de la muralla, y a pesar de la numerosa mano de obra aportada por los alarifes musulmanes, está levantada en un sobrio estilo cristiano.

La Edad Moderna

En el S.XVI la ciudad de Ávila vive el periodo de mayor auge político y económico, experimentando un notable aumento demográfico, y traduciéndose en una intensa actividad constructora, tanto pública como privada, que, bajo la nueva moda renacentista, transformará la imagen medieval del caserío.

La muralla, aún desaparecidos los peligros de enfrentamiento que habían motivado su construcción, seguía cumpliendo importantes funciones para la corona y la ciudad (dominio sobre el territorio, seguridad de la ciudad, control económico, …), razón por la que, lejos de ignorarse las defensas, durante la Edad Moderna se llevarán a cabo en las fábricas reformas encaminadas a su reparación, mantenimiento y conservación, pero también será el momento en el que, desaparecido el peligro de enfrentamiento bélico, se decida desmontar y anular algunas defensas complementarias (barbacanas, fosos, …) que, por otra parte, se mostraban ineficaces ante la maquinaria militar de la época. Relevantes son algunos de los edificios que en este momento se adosarán a los paramentos exteriores de la muralla: Alhóndiga, capilla de San Segundo,...

Con el S. XVII la ciudad entra en un largo periodo de decadencia derivado de la marcha de la nobleza a la corte en busca de cargos en la administración, la incidencia de las pestes, la fuerte presión fiscal, la paralización de la actividad artesanal y comercial y la expulsión de los moriscos, conllevará una profunda y prolongada recesión en la ciudad. En este contexto la construcción de obra nueva se verá paralizada, reduciéndose los trabajos en la muralla a pequeñas reparaciones, ninguna comparable a las actuaciones del S.XVI, y en adelante, y durante casi dos siglos, únicamente se realizarán las reparaciones más urgentes y necesarias.

El recinto actual

lo largo de los SS.XIX y XX, las sucesivas intervenciones en la muralla abulense afectaron a todo su trazado. Las reparaciones y restauraciones realizadas con anterioridad a la declaración de Monumento Nacional (24 de marzo de 1884) se caracterizaron por su carácter puntual, por carecer de un proyecto de intervención y por ir orientadas a mantener su uso defensivo; los trabajos realizados con posterioridad, tutelados desde el Estado, dispondrán de un proyecto redactado por un arquitecto e irán encaminados al mantenimiento, restauración y conservación artística del bien patrimonial, así como a favorecer su finalidad contemplativa.

Características

La muralla tiene un perímetro de 2.516 m, 2.500 almenas, 88 cubos o torreones y 9 puertas. Ocupa una superficie de 33 hectáreas y conforma un rectángulo orientado de este a oeste. Sus muros tienen 3 m de grosor y 12 de altura. Para su trazado se aprovechó los desniveles del terreno y no se construyeron ni taludes ni contrafuertes.

Existe una poterna, cegada, en la zona del Alcázar (hoy desaparecido). También hay un portillo cegado en la zona de muralla correspondiente al palacio de los Dávila, el llamado Portillo del Obispo que unía la catedral con el barrio donde vivan los clérigos y cerrado en 1518 por una serie de escándalos y alborotos.1 De las 9 puertas mencionadas, las dos más impresionantes por sus defensas son la del Alcázar y la de San Vicente. Ambas están situadas en el lienzo este, sobre terreno llano, y por tratarse de la zona de más fácil acceso y por tanto más expuesta al ataque es la mejor fortificada del recinto.

Para su construcción se reaprovecharon materiales procedentes de la necrópolis romana, construcciones civiles así como de las viejas murallas romana y visigótica. La piedra es granito gris y negro, dependiendo del origen de la misma. También se utilizó el ladrillo, el mortero, la cal.

Aunque desde la conquista romana de la ciudad existiera una muralla o cerca, la actual muralla data de la segunda mitad del siglo XII. Esta cronología está basada en su morfología y en diferente documentación.1 La muralla romana debía de ser de un perímetro inferior, esto está basado en que las murallas de León tenían un perímetro de 1.700 m y esa ciudad era más importante que Ávila. De todas formas Rodríguez Almeida demostró, entre otras cosas, la existencia de dos sectores originales de la muralla romana primitiva, encajadas en el cuerpo de la muralla construida en la Edad Media en el Arco de San Vicente.

La muralla tiene nueve puertas:
  • La Puerta del Alcázar o del Mercado Grande, donde tuvo lugar el destronamiento figurado del rey Enrique IV de Castilla, episodio conocido como la Farsa de Ávila.
  • La Puerta de la Catedral, de los Leales o del Peso de la Harina, abierta en el siglo XVI.
  • La Puerta de San Vicente.
  • El Arco del Mariscal, recibe ese nombre en recuerdo de Álvaro Dávila, Mariscal de rey Juan II de Castilla, que subvencionó su construcción.
  • El Arco del Carmen o de la cárcel, se abre entre dos torreones de sección cuadrada. Fue restaurado en los siglos XIV y XVI.
  • La Puerta de la Mala Dicha, de la mala Ventura o popularmente arco de los Gitanos, por la que se accedía al barrio judío.
  • La Puerta de la Santa o de Montenegro, por la que se accede a la casa de Santa Teresa.
  • La Puerta del Rastro de Grajal o de la Estrella, que posee un arco del siglo XVI.
  • La puerta del Puente, restaurada en los siglos XV y XVII.

En cada una de las nueve puertas de la muralla hay uno o varios palacios a los que estaba encomendada la defensa de cada puerta. Estas casas fueron construidas entre los siglos XV y XVI.
Fuente y bibliografía:
Wikipedia

Fotografías de Muralla de Ávila

Dispones de 34 fotografías de Muralla de Ávila

Glosario de términos

Adarve
Camino que corre por la parte superior de una fortificación o muralla, protegido por un parapeto, y que da paso a los puestos de vigilancia. En la ciudad musulmana, callejón sin salida y con puertas que se cerraban de noche
Alarife
Nombre dado a los maestros de obras y sobre todo a los albañiles
Alfiz
De origen árabe, moldura que enmarca un arco de herradura. Se suele utilizar tanto en puertas como en ventanas.
Almena
Cada uno de los prismas que coronan los muros de las antiguas fortalezas para resguardarse en ellas los defensores.
Arco
Elemento sustentante, que descarga los empujes, desviándolos lateralmente, y que está destinado a franquear un espacio por medio de un trayecto generalmente curvo.
Arrabal
Barrio extramuro situado fuera de la medina o de las murallas
Basa
Pieza inferior de la columna que sirve de apoyo al resto
Cabecera
Testero de la iglesia o parte en que se halla el altar principal.
Calle
Franja vertical del ábside formado entre columnas o contrafuertes
Capilla
Edificio contiguo a una iglesia o parte integrante de ella, con altar y advocación particular.
Clave
Dóvela central de un arco o pieza central de una bóveda.
Contrafuerte
Construcción destinada a contrarrestar el excesivo empuje sufrido por una pared.También llamada estribo.
Convento
Del latín conventus (asamblea o congregación) derivado de conveniere (juntarse). Edificio donde habita una conjunto de religiosos.
Coro
Parte de la iglesia donde se situan los monjes o sacerdotes para cantar el oficio divino. A lo largo de la historia de la arquitectura su ubicación dentro del templo ha sufrido diversas variaciones, si se sitúa en la nave central se aísla mediante un cerramiento
Escalera
Construcción diseñada para comunicar varios espacios situados a diferentes alturas. Partes de una escalera
Friso
Faja decorativa de desarrollo horizontal y especificamente la parte entre el arquitrabe y la cornisa en los ordenes clásicos.
Monasterio
Conjunto de edificios donde se agrupan los monjes para vivir en comunidad. Voz proveniente del latín monasterium y este a su vez del griego monastérion
Morisco
Musulmán bautizado que tras la Reconquista se quedó en España.
Mortero
Mezcla de cal, arena y agua de consistencia plástica.
Paramento
Muro o pared
Potencia
Nos referimos a las potencias de Cristo. Son los tres rayos de luz que sobresalen de la cabeza de Cristo. Originalmente adoptaban forma de cruz y se sitiaban en el nimbo de la corona para representar al personaje como a Cristo. Posteriormente el nimbo crucífero evolucionó hasta convertirse en tres rayos que sobresalen de la cabeza y que simbolizan la luz. Potencia puede ser sinónimo de facultad o poder. Según la tradición clásica cada rayo significa una facultad memoria, entendimiento y voluntad que son atributos que identifican a Cristo, cada uno de ellos con una significación distinta.
Poterna
Puerta secundaria de una fortificación. Normalmente estaba disimulada o en lugares de difícil acceso y servía para entrar o salir de la fortificación sin ser visto.
Sillar
Bloque de piedra labrado y asentado en hiladas, con forma, dotado de seis caras.
Talud
Inclinación del paramento de un muro o de un terreno. Se suele usar por una parte para dar mayor resistencia al muro y también para evitar el acceso de las máquinas de guerra
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