Castro de Viladonga

Castro de Viladonga

Localización

Este conjunto arqueológico y museístico ocupa toda la cima de un monte desde el que se domina un amplio panorama sobre la Terra Chá lucense y las sierras de Monciro y Pradairo y la de Meira, y está situado en el ayuntamiento de Castro de Rei, provincia de Lugo, a 23 km. de la capital lucense. Se llega a él fácilmente, desde el km. 70 de la carretera N-640 (que une Lugo con Asturias por Vegadeo) y cuenta con un espacio de aparcamiento para vehículos y una pequeña área de descanso.

El Castro consta de varios recintos de murallas y fosos (hasta cuatro por el lado Este), dos antecastros o áreas de expansión todavía sin excavar en extenso, y una gran corona central o acrópolis interior, que es donde se encuentran la mayoría de las construcciones descubiertas hasta ahora, articuladas a la vera de dos caminos que cruzan el Castro de Norte a Sur y de Este a Oeste y de una ronda interior paralela a la muralla principal, igual que existen otras zonas de paso o espacios para circular, que hoy se pueden usar (como la muralla) para hacer la visita al yacimiento. Las construcciones forman algunas veces conjuntos o unidades complejas (incluso con un patio interior); otras componen grupos de dos o tres viviendas, junto con una o con varias dependencias anejas a modo de alpendres o almacenes, áreas para trabajos domésticos y artesanales, cuadras o patios para animales, etc. En otras ocasiones se trata de construcciones completas pero aisladas, usadas como vivienda o como lugar de uso comunal o social. También hay restos de otras construcciones incompletas o de muros sueltos. Asimismo, se pueden ver otros elementos como hogares, pilas o surcos hechos en la roca natural, agujeros para hincar postes, etc. En el antecastro situado a la izquierda del camino de entrada a la acrópolis puede verse la boca de una cueva o galería excavada en la roca, posiblemente de prospección minera o acuífera.

Cronología

Los trabajos arqueológicos realizados desde 1971 hasta ahora, los materiales en ellos aparecidos, así como el tipo y la disposición de las estructuras defensivas y de las diferentes construcciones, evidencian un asentamiento continuado en el Castro de Viladonga, que es importante sobre todo en época tardorromana (entre los siglos III y V de nuestra Era), haciendo de él un sitio clave para estudiar y conocer la evolución de la Cultura Castreña en la etapa galaico-romana. Sin embargo, también se pudo documentar un nivel prerromano, muy destrozado y todavía no bien definido, pero en todo caso, muy localizado en el tiempo (siglo I a.C.) y en el espacio (ángulo N.E. de la acrópolis).

Trabajos arqueológicos

El Castro destacó siempre en el paisaje por su carácter monumental y, además, el hallazgo casual en él de un torques de oro en 1911, hizo que alcanzara cierta fama tanto en el folklore popular como en la bibliografía posterior. Sin embargo, los trabajos arqueológicos no comenzaron hasta 1971, promovidos por Ramón Falcón y dirigidos por Manuel Chamoso Lamas. Esta primera fase de excavaciones llegaría hasta 1978 y en ella se puso al descubierto casi todo el recinto interior (o croa) del Castro; en aquella década de los setenta del siglo pasado, se descubrieron restos de numerosas construcciones de muy diverso tipo (circulares, cuadrangulares, alargadas..., siempre hechas de piedra de pizarra o esquisto y que estaban cubiertas unas con paja o colmo y otras con teja romana de barro), así como otros elementos constructivos de interés como murallas, escaleras, pavimentos enlosados, etc. Además, ya desde muy pronto, llamó la atención la enorme cantidad de materiales y objetos encontrados, en muchos casos de clara cronología romana, todo lo cual, unido a su monumentalidad, hicieron del Castro de Viladonga un yacimiento singular y representativo de la evolución de la Cultura Castreña durante la etapa galaico-romana.

Entre 1978 y 1982 se produjo un intervalo en los trabajos en el Castro, hasta que en esta última fecha, ahora bajo la dirección de Felipe Arias Vilas, se iniciaba la segunda fase de excavaciones, que todavía perdura pues el yacimiento no está, ni mucho menos, agotado ni se puede dar por concluído el estudio e interpretación de sus estructuras y materiales. En esta segunda etapa, la atención a los trabajos en el Castro se conjuga con la potenciación de las actividades de su Museo monográfico.

Así, desde 1982 se realizó la continuación y ampliación, o profundización en algunos casos, de las áreas excavadas siguiendo los métodos sistemáticos y científicos pertinentes, tanto en el recinto o corona central como en otras zonas periféricas del Castro, con el descubrimiento de más estructuras de habitación, áreas de expansión (antecastros), murallas y fosos, caminos de acceso, etc., y, desde luego, con el hallazgo de más materiales arqueológicos de todo tipo. También desde comienzos de los años ochenta se vino prestando especial atención a la conservación, mantenimiento y presentación del yacimiento, teniendo en cuenta su constante utilización socio-cultural, turística y, en general, didáctica para toda clase de público. Hay que destacar que este Castro, por sus dimensiones y sobre todo por su conformación, da una idea perfecta de lo que era un poblado fortificado de la Cultura Castreña y Galaico-romana del Noroeste ibérico. Los criterios de consolidación y restauración de las estructuras del Castro, a mayores de las necesarias labores de limpieza y rozado periódico de la vegetación, se basan en un gran respecto por la disposición y la fábrica original de las ruinas. Sólo se reponen algunas piedras o hiladas superiores de los muros, recubriéndolas luego con tierra y hierba para proteger aquellas estructuras arqueológicas de la erosión superficial y del uso por parte de los visitantes. Así, la consolidación es relativamente segura al tiempo que facilita la comprensión de los restos (con la ayuda del Museo anexo), y resulta también aceptablemente natural y ecológica.

Entre los muchos objetos descubiertos destacan torques de oro y bronce así como otros adornos personales, armas y herramientas de piedra, bronce y hierro, numerosos apliques, broches, fíbulas y hebillas, unos tableros con sus fichas de juego, monedas de oro, plata y, sobre todo, de bronce (siempre romanas y en su mayoría tardías), dos pasarriendas y otros atalajes de caballería, vidrios, molinos de mano y por supuesto, una ingente cantidad de restos cerámicos, tanto de tradición castreña como de importación romana, y tanto de cocina como de mesa.

Así pues, las estructuras defensivas y de habitación y los materiales que contínuamente proporciona, evidencian para el Castro de Viladonga un asentamiento duradero e importante sobre todo entre los siglos II y V d.C., haciendo de él un sitio fundamental para conocer, estudiar y comprender la evolución del mundo de los castros en la etapa galaico-romana.

La cultura castreña y galaicorromana

Entre los siglos VII y I antes de la Era cristiana, es decir, durante la Edad del Hierro pero con cierta continuidad en época romana, se desenvolvió en el Noroeste de la Península Ibérica la cultura llamada “de los castros’ o “castreña’, caracterizada, entre otras cosas, por este tipo de poblados localizados en general en sitios prominentes y con sistemas defensivos diversos según su situación. La población de los castros la constituye sobre todo una base de gentes indígenas del N.O., a la que se unen una serie de influencias, procedentes de la fachada atlántica y de Centroeuropa, en especial (aunque no únicamente) de filiación céltica. Esta conjunción entre lo autóctono y lo foráneo, junto con algunas aportaciones de origen mediterránea, es lo que da lugar a la Cultura Castreña de Galicia, de carácter y evolución muy singular.

Aquella población vivía de la agricultura y del pastoreo (y del marisqueo y la pesca en las zonas costeras), conocía la metalurgia del bronce y del hierro y dominaba también las técnicas de la orfebrería del oro, se estructuraba en una sociedad basada en familias agrupadas en unidades más amplias ligadas al castro o castellum, y debió de tener una vida espiritual y ideológica muy activa. De todo esto quedaron abundantes restos materiales en todo el Noroeste, además de las informaciones de los escritores romanos coetáneos y posteriores (que hay que interpretar en su justa medida).

Es importante destacar que el mundo de los castros no desaparece por completo después de la conquista romana del N.O. por Augusto poco antes del cambio de Era, si bien sí acabaría provocando el final de la Cultura Castreña propiamente dicha. Es decir, muchos castros efectivamente se abandonan y sus gentes van a ocupar los valles y las zonas más llanas y abiertas, así como las ciudades y otros asentamientos de nueva planta, pero otros poblados castreños pervivieron durante la época romana, en ocasiones hasta tiempos tan tardíos como los siglos IV y V d.C., conservando características propias al tiempo que iban asimilando influencias foráneas, de carácter material y también ideológico. La amalgama de elementos castreños y de aportaciones romanas es lo que llamamos Cultura Galaico-romana, a la que pertenecen diversos tipos de yacimientos arqueológicos, y entre ellos castros como el de Viladonga.
Fuente y bibliografía:
Wikipedia

Fotografías de Castro de Viladonga

Dispones de 70 fotografías de Castro de Viladonga

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