Castro de la Mesa de Miranda

De todos los castros de Ávila, es el que mejor conserva sus murallas, de más de 2.800 m de perímetro, que forman un triple recinto de unas 30 ha y, además, ha sido recientemente organizado para su visita.
Castro de la Mesa de Miranda

Generalidades

El castro de La Mesa de Miranda se encuentra a una altitud de 1.130 m sobre el nivel del mar, ello implica una diferencia de altitud general con respecto a las tierras llanas del norte, en torno a los 150 m a favor del castro.

Consta de dos partes: el área urbana y la necrópolis, ambos interrelacionados temporal y espacialmente, puesto que una parte de la necrópolis se encuentra dentro de uno de los recintos amurallados, producto de la expansión del poblado a costa de la necrópolis. La necrópolis está excavada en su totalidad. Del área urbana sólo se ha investigado en una parte de la muralla, permaneciendo todo lo demás por descubrir y estudiar. Por tanto el visitante, en su paseo por los recintos amurallados, previsiblemente está pisando sobre algunas de las viviendas y demás construcciones habitadas en su día del castro. Otras muchas pueden haber desaparecido como consecuencia de los trabajos agrícolas previos al descubrimiento del castro.

Todos los elementos hallados y estudiados hasta el momento, fundamentalmente en la necrópolis, sitúan la vida en el castro entre el siglo V a.C. y el II-I a.C. Pero no es descartable un origen anterior, como asentamiento más pequeño que iría creciendo hasta llegar a su apogeo en los tres siglos finales del primer milenio a.C.

Como es habitual en los asentamientos del fin de la Edad del Hierro, fue perfectamente ideada su elección. Es un emplazamiento claramente defensivo que da idea de la inestabilidad que se vivía en los últimos siglos del primer milenio antes de nuestra era. Se trata de la meseta formada en la confluencia de dos arroyos –Matapeces por el oeste y Rihondo por el este– cuyos cauces, muchos miles de años atrás, excavaron una profunda cárcava con desniveles en torno a los 100 m de altitud y pendientes del 45% en el caso del arroyo Matapeces. Ello da idea de lo estudiada de la elección. Entre los dos cauces conforman la plataforma sobreelevada (mesa) y dominante sobre los entornos norte y oeste, denominada La Mesa de Miranda, conocida en otro tiempo en el pueblo de Chamartín como Los Castillos, interpretando los habitantes del lugar que los monumentales restos de murallas de los tres recintos obedecían a uno o varios castillos.

Por el sur no hay protección natural, lo cual implica dos hechos fundamentales: que el acceso principal en condiciones normales se hacía por este lado y que la facilidad de acceso implicaba obligatoriamente crear un sistema defensivo de mayor envergadura, como en realidad se hizo.

Además del aspecto defensivo, la posición geográfica general del castro es favorable a dos tipos de aprovechamiento: el ganadero en todo lo que se refiere a las tierras de las estribaciones de la Sierra de Ávila (al sur, este y oeste) y el agrícola, en las llanuras inmediatas del norte, aptas para el cultivo de cereal. Por tanto su economía potencial debió basarse en la ganadería y en la agricultura; de esta última dan buena cuenta los numerosos molinos circulares que se hallan con frecuencia desperdigados por el castro.

El recinto urbano

El conjunto del complejo amurallado tiene una extensión total de 29,1 ha, según los cálculos de J. Cabré, E. Cabré y A. Molinero. A partir de la percepción de tantas ruinas y de su envergadura, era conocido en Chamartín como Los Castillos, distinguiendo dos: el Castillo Cimero o Somero (segundo recinto) por aparentar más alto y el Castillo Bajero (primer recinto), más bajo por su inclinaci ón hacia el norte que el segundo.

El emplazamiento del castro, así como sus defensas, fueron planificadas concienzudamente de acuerdo con la morfología del terreno en todos sus trazados, garantizando la defensa de cada espacio concreto y todos del conjunto.

Consta de tres recintos amurallados, adosados unos a otros, de forma que se ayudan entre ellos a la defensa general. Al primero se le adosa el segundo por el lado sur, y a éste el tercero, cubriéndole todo el flanco éste al segundo y a parte del primero. No son contemporáneos los tres, pertenecen a distintas etapas sucesivas. Esto es observable a través de la técnica constructiva y del material empleado. La secuencia temporal parece haber sido la misma que el orden de denominación. Las interpretaciones más actuales indican que el origen del asentamiento amurallado se basó en un único recinto, el primero, construido en algún momento de finales del siglo V a.C. A éste se le adosó el segundo, tal vez en época previa a la conquista romana, a finales del siglo III a.C., durante los peligros que implicaron las campañas de los cartagineses a la Meseta Norte, de los que buena muestra fue el histórico ataque de las tropas de Aníbal a Helmantica (Salamanca) en el 220 a.C. Esta teoría no es definitiva, ya que la construcci ón del segundo recinto hubiera implicado desde el principio utilizar adecuadamente la morfología natural del terreno disponible, sin dejar posibilidades ni dar facilidades ante un ataque del enemigo. Con la construcción del segundo se reducen las posibilidades a los atacantes.

A los dos anteriores debió añadirse el tercero, tal vez al final de la conquista romana, durante las Guerras Celtíbero-Lusitanas que terminaron con la dominación de los vettones hacia el 133 a.C. Existe también la posibilidad de que este último reforzamiento tuviera lugar durante las Guerras Civiles romanas del siglo I a.C., en las que los vettones tuvieron una significativa participaci ón al lado de uno de los bandos. Ello en el supuesto de que estos castros, ya bajo el dominio romano, permanecieran ocupados todavía, algo que parece muy probable pero que no está totalmente probado. Los asentamientos romanos que se conocen de nueva fundación en toda la zona se fechan en el siglo I d.C., lo cual puede coincidir con el abandono masivo de los castros de la zona y el inicio de una nueva forma de organización, tal vez a partir de la reforma de Augusto, una vez conquistada toda la Península Ibérica.

Aunque unido a otros castros del entorno por afinidades, intereses y pactos de todo tipo, el castro de La Mesa de Miranda debió ser un lugar autónomo, una especie de ciudad-estado con su propio territorio. La proximidad a los castros de Las Cogotas, Ulaca y Los Castillejos hubo de significar algún tipo de relación de identidad y complicidad. Los cuatro están interrelacionados visualmente de alguna manera, de forma que podrían comunicarse rápidamente entre los cuatro y hacer, por ejemplo, defensa común, si era preciso.

El castro. La visita

El tercer recinto

Tiene una superficie de 10,5 ha, es rectangular y paralelo a la muralla oriental del segundo recinto. Por el norte no remata adosándose a ningún otro muro, sino que muere en el inicio de la fuerte pendiente al arroyo Rihondo. Lo inclinado de la pendiente y su profundidad hacían innecesario cerrar con una muralla por ese punto.

Tuvo tres puertas, cada una de ellas de distinta envergadura. La más importante –la sur– constituye un pasillo de poca anchura, formado por la muralla, y lo que llamó J. Cabré cuerpo de guardia. El cuerpo de guardia es un lienzo rectilíneo exento, que remata en dos torres cuadrangulares en los extremos, una de las cuales, la que se aproxima al segundo recinto se encuentra completamente desdibujada. Toda la estructura estaba compuesta en ambas caras por un zócalo de piedras cicló- peas de distinta factura y, con objeto de macizarlo, relleno de piedras de corte irregular, más menudas. Su disposición contribuía eficientemente a la defensa meridional del tercer recinto, evitando un ataque frontal al acceso.

Con el pasillo que formaban muralla y cuerpo de guardia, de 11,50 m de largo por 4,70 m de ancho, se pretendía encajonar entre dos muros a los invasores, hostigándolos desde ambos lados.

Siguiendo el recorrido de la muralla, primero en dirección este y luego sur, pueden reconocerse dos puertas más, una muy evidente en pasillo estrecho, y otra, al parecer, una especie de portón de 2 m de ancho que conserva el gozne para la puerta. El ancho general de la muralla oscila entre los 5 y 5,50 m.

Excepto en la zona del principal acceso, la muralla del tercer recinto se conserva únicamente en el zócalo, que es ciclópeo. La ausencia de un derrumbe generalizado ligado a la muralla podría estar relacionado, bien con el expolio de la piedra por los campesinos para la construcción de cercas o, como sucede en el castro de Ulaca, porque no fue concluida la fortificación. Ello daría idea de que el peligro que motivaba esta nueva fortificación era tan real como se presuponía.

El tercer recinto es el más reciente de los tres de que consta el castro. Pudo ser construido poco antes o durante las Guerras Celtibérico-Lusitanas (155-133 a.C.) que culminan con la conquista romana de estas tierras o durante las Guerras Civiles posteriores a la conquista que tuvieron lugar durante el siglo I a.C.

Una prueba inequívoca de su posterioridad respecto de los otros dos es, además de la distinta factura del aparejo, el hecho de que parte de la necrópolis quedara dentro del tercer recinto. Los túmulos circulares de piedras que se aprecian inmediatos a la cara interior del flanco sur son claros indicadores de la invasi ón de parte de la muralla de la necrópolis. Aún más evidente, si cabe, es el caso de los dos túmulos sobre los que se colocó la muralla en la zona de la entrada sur. Didácticamente J. Cabré reconstruyó allí la muralla dejándolos vistos y exentos.

El interior no parece muy adecuado, en general, para la habitación. Por otro lado, ocupaba parte de la necrópolis, por lo que puede pensarse que se construyó como un impedimento más en el asalto a las zonas principales del castro o, además de esto, para disponer de un espacio más donde guardar los ganados en caso de asedio.

En este lugar apareció un fragmento de escultura zoomorfa de piedra que se encuentra expuesta sobre un pedestal. Representa a un toro y parece similar al ejemplar expuesto en la plaza de Chamartín.

El segundo recinto

Se adosa, como una prolongación aproximadamente rectangular, al primer recinto por la zona sur, uniéndose a éste a través del lienzo de muralla rectilíneo que va de oeste a este. Tiene una superficie de 7,1 ha y cierra completamente un espacio necesario para la defensa del recinto principal.

En la visita señalizada se accede desde el tercer recinto por un espacio ampliamente abierto que constituyó una puerta. A partir de este momento el segundo recinto aparece como una gran explanada.

Por el noreste, la muralla parte de una torre circular enfrentada a otra similar en que remata el primer recinto. Discurre paralelo al borde de una vaguada, haciendo el efecto de foso descendente hacia el norte que aumenta las posibilidades defensivas. Sólo es bien visible la muralla en los dos extremos norte y sur, en el resto se reconoce al borde del desnivel como un derrumbe con algunos tramos visibles del alineamiento. El remate meridional de este lienzo se resuelve en una torre cuadrangular o rectangular a la que se opone, formando un acceso y otra circular de gran envergadura. Esta última constituye un bastión que enlaza, defensivamente, con uno de los extremos del llamado cuerpo de guardia. En lo alto de dicha torre hay un mirador con información desde el que se ve parte de la necrópolis y se comprende mejor el acceso principal al tercer recinto.

Un detalle importante de la gran torre es el sistema de fortificaci ón en forma de muralla y antemuralla adosadas, componiendo una especie de escalón similar al que se aprecia en el lienzo sur del primer recinto.

Los lienzos sur y oeste están sin excavar y se muestran en una parte como un abultamiento continuo, sólo interrumpido por lo que parecen ser dos puertas de escasa entidad. Si se siguen hasta la unión con el primer recinto, puede verse el paisaje de la topograf ía descendente al arroyo Matapeces y por tanto la configuraci ón del recinto de acuerdo con la morfología del terreno. Aunque no es bien visible, hay un pequeño campo exterior de piedras hincadas en las intersecciones entre el lienzo sur y el oeste. El aparejo de la muralla de este segundo recinto no es ciclópeo excepto en algunos tramos, por ejemplo en la cara interna de la torre circular, donde fueron dispuestas varias hiladas de grandes piedras.

En el extremo norte, inmediato al primer recinto, se ven algunos de los complementos para la defensa de la muralla sur del primer recinto: el campo de piedras hincadas y el foso. Los campos de piedras hincadas consist ían en crear una superficie de difícil acceso y desenvolvimiento para la infantería y, sobre todo, para la caballería enemiga. Se construía siempre en los puntos más vulnerables, por ejemplo, en el entorno de las puertas. Son lajas de piedra, a menudo puntiagudas, enterradas en parte en el suelo, que emergen a la superficie verticalmente o inclinadas. En este segundo recinto están localizados en el entorno de las dos puertas oeste y este de la muralla sur del primer recinto. Son más evidentes en todo el área que antecede a la puerta oeste.

El foso fue un complemento del campo de piedras hincadas para la defensa del flanco sur de la muralla del primer recinto. Por tanto, como aquéllas, está emplazado en el segundo recinto, pero defiende la muralla del primero. El foso es un socavón paralelo a la muralla, llegando hasta las dos torres que flanquean las puertas oeste y este. Según los sondeos realizados recientemente en él, tuvo una profundidad en torno a los 4-5 m. Se encuentra colmatado casi en su totalidad por el derrumbe de la muralla del primer recinto. Este hecho puede ser interpretado como consecuencia de la decadencia paulatina de las murallas, una vez abandonado el lugar, o provocado por el sometimiento del castro y con ello la consiguiente inutilizaci ón de sus defensas.

No se conocen con exactitud ni la utilidad de este segundo recinto ni su cronología. Podría haber sido construido con posterioridad al primero, como necesidad de ampliación del espacio del castro o para evitar la existencia de una explanada favorable al asedio delante del recinto principal. A favor de la simultaneidad de este recinto con el primero, estaría el hecho de que la necrópolis quedaba con claridad fuera de ambos. Para algunos autores antiguos la utilidad de los segundos recintos tenía que ver con el encierro del ganado. La excavación en el del castro de Las Cogotas mostró la existencia de un alfar y con ello la posibilidad de que fueran lugares donde se desarrollaban determinadas actividades, además de que pudieran ser utilizados como vivienda o encerraderos de ganado.

El primer recinto

Se interpreta como el más antiguo, el que habría inaugurado la ocupación del castro. Sin embargo éste es un hecho a comprobar, ya que el primero y el segundo, concebidos a la par, habrían conformado desde el principio una defensa mejor organizada del conjunto del castro. Comparativamente, la diferente factura de la muralla en algunos puntos podría obedecer también a reformas, reforzamientos, etc.

Tiene una superficie de 11,5 ha, íntegramente cerrado por una muralla. Su recorrido se adapta totalmente y con toda exactitud a la topografía del terreno. Por el norte, este y oeste va al borde de la pendiente, que en algunos casos desciende 100 m. Por el sur, las excavaciones recientes han mostrado que la muralla aquí se adaptaba a un resalte del terreno, lo cual, complementado con el foso, producía una diferencia de altura que acentuaba mejor la defensa. Si a ello se unen los campos de piedras hincadas, ya mencionados, y otro, extramuros, en la zona de la puerta oeste, tendremos que las defensas del primer recinto constituían un impedimento de gran trascendencia para su conquista. Evidentemente se trataba de la zona más importante del castro.

El ancho total de la muralla en el flanco sur está en torno a los 5 m. La fortificación estaba compuesta, al menos en la zona entre las dos torres extremas que definen las puertas, por una muralla y una antemuralla, ambas unidas y formando una especie de escalonamiento. Se trata del mismo sistema empleado para la defensa de la torre sureste del segundo recinto. Teniendo en cuenta que para acceder por este lado había que superar primero el foso, la antemuralla implicaba un obstáculo complementario para abordar la muralla propiamente dicha, a la vez que daba estabilidad al conjunto. Ambas, muralla y antemuralla, no eran muros totalmente verticales, sino que guardaban una cierta inclinación hacia el interior para evitar su derrumbe.

La factura constructiva que caracteriza a la muralla de este recinto no es ciclópea. Está compuesta por un aparejo de piedra en seco colocada a espejo, formando hiladas horizontales muy bien dispuestas. Evidentemente hay una notable diferencia con los aparejos ciclópeos del segundo y, sobre todo, del tercer recinto, lo que ha motivado la hipótesis ya aludida de su posterioridad.

Previsiblemente la muralla tuvo más envergadura en la zona sur sí misma era ya un elemento defensivo de primera importancia, por lo que no hizo falta una construcción de mucha magnitud. Aún así puede seguirse su trazado sobre la observación de hiladas que se aprecian en el suelo al borde de la pendiente.

Dos puertas permitían el acceso al primer recinto, ambas en los extremos del flanco sur. La oeste fue cegada en algún momento de la vida del castro, seguramente ante el peligro que representaba tenerla que defender. Es un detalle curioso e interesante, tal vez relacionado con los últimos acontecimientos que se vivieron. Ambas puertas estaban flanqueadas por torres circulares, dejando que el espacio de acceso fuera un pasillo estrecho, concebido para encajonar a los invasores.

Sin duda, se trataba del lugar más importante del castro, donde se encontraban el grueso de las viviendas. J. Cabré excavó en su día una completa y otras dos, parcialmente. Tan escasas investigaciones no permiten conocer apenas aspectos de arquitectura y en el entorno de las puertas. En el resto, la fuerte pendiente por doméstica ni de la organización urbanísitica. La construcción excavada completa estaba adosada a la muralla e inmediata al lado derecho de la entrada oeste. Era aproximadamente cuadrangular, sin compartimentaciones y con una superficie de 48,7 m². Tal vez se trató de algún tipo de edificio muy sencillo destinado a la vigilancia de la puerta. Se observa en ella la presencia parcial de un suelo de barro y ceniza. Cabré excavó parcialmente otra, con forma rectangular y una superficie de 51,8 m². Está cerca de la muralla occidental, en los primeros tramos de ésta. Sólo se conserva la primera hilada del zócalo y no se cita ninguna división interior. Finalmente, Cabré delimitó exteriormente un edificio inmediato a la muralla sur, cuya factura no se parece a las dos contrucciones antes descritas. Su posición preeminente dentro del recinto, en la zona más alta, y las caracter ísticas de su construcción hacen pensar en la posibilidad bien de una construcción doméstica correspondiente a un personaje de entidad, o bien en un edificio de carácter público.

Se conoce, pues, poco de lo doméstico y lo urbano en La Mesa de Miranda. Tal vez pueda extrapolarse algo de lo mejor conocido en los castros próximos como el Castro de Las Cogotas, el Castro de Ulaca o Los Castillejos. Según aquellas evidencias, las construcciones domésticas eran de planta rectangular, compartimentadas interiormente en mayor o menor medida y girando en torno a una habitación central en la que estaba el hogar y, adosado a una de las paredes, un banco corrido en el que los vettones, según las fuentes, se sentaban a comer por orden de edad. En La Mesa de Miranda ha quedado constatado que estas construcciones se componían de un zócalo de piedra que se continuaba a base de paredes de ladrillos macizos con grandes dimensiones.

Al interior de este recinto se accede por la puerta oeste y se abandona por la este, salvándose el hecho de que esté cegada, por medio de una plataforma con escaleras que facilita el abandono.

El recorrido de la muralla puede continuarse en todo su trazado hasta desembocar en la puerta este, observando todas las circunstancias que movieron la adaptación del recinto a la topograf ía, a la vez que se observa el paisaje. Otra opción es, a partir de la mitad, cruzar transversalmente el recinto hasta aproximarse a la estructura metálica y de madera que salva la puerta cegada del este. Abandonado el primer recinto y de nuevo en el segundo, finaliza el recorrido con la visita a la necrópolis, enclavada en una pequeña parte dentro del recinto tercero y, el resto, en la explanada delante de él por el sur.

La Necrópolis

Al castro de La Mesa de Miranda se le conoce por sus recintos amurallados, pero sobre todo por su necrópolis, denominada La Osera. Las excavaciones de Cabré en la primera parte del siglo XX se centraron fundamentalmente en la necró- polis. Excavó unas 2.230 tumbas, al parecer la necrópolis completa. Los primeros enterramientos debieron producirse a finales del siglo V a.C., produciéndose el mayor apogeo a finales del siglo IV y en el siglo III a.C.

La Osera se encuentra al Sur de los recintos amurallados, en una explanada muy bien definida, incluida, en parte, dentro del recinto cercado, propiedad del Ministerio de Cultura, y otra dentro de fincas privadas.

Los vettones incineraban a sus muertos en piras especialmente dedicadas a esa función, denominadas ustrina, enterrando después sus cenizas en una urna o simplemente en un hoyo excavado en el suelo. El historiador Silo Itálico, refiriéndose a los celtíberos, escribi ó que para los muertos en combate estaba reservado un ritual consistente en que los buitres devoraran sus cuerpos, de forma que el alma subiera directamente al cielo. Para con estos muertos en combate, héroes ante la comunidad, puesto que morían defendi éndola, era un sacrilegio utilizar el ritual de la incineración, el habitual para las muertes naturales. Tal vez ésta sea la causa de que en las excavaciones de Cabré se hallaran algunos cráneos al lado de vasos cerámicos, sin que se apreciaran en ellos restos de exposición al fuego.

Dependiendo de la importancia social del personaje y a veces de su profesión, se le enterraba con un ajuar importante, con algún tipo de ajuar o sin él. En La Osera se han encontrado también cenizas dentro de un simple hoyo excavado en el suelo, detalle que permite considerar la posibilidad de que se tratara de personas que no tenía la suficiente categoría para ser enterrados como los demás. Tal vez algunos o todos fueran esclavos, una figura social que sin duda hubo de darse allí también, porque era frecuente en la antigüedad.

A través de la constatación de las diferencias en el ritual, ha podido conocerse la composición social de las gentes que habitaron en La Mesa de Miranda y el grado de jerarquización que existía. Así, parece evidente la organización de la sociedad en una estructura piramidal, en cuya cúspide estaría una especie de aristocracia con atribuciones militares que se hacía enterrar con grandes fastos, en el fuego ostentosas armas y otros atributos no menos lujosos.

J. Cabré distinguió entre el conjunto de tumbas seis zonas distintas y separadas entre sí, aunque próximas. Cada una de ellas estaba presidida por una piedra hincada sobresaliente que la anunciaba. En la actualidad se encuentran en los puntos donde Cabré las encontró. De las seis zonas excavadas, sólo fue dada a conocer una de ellas –la VI– en la monografía que publicó con Antonio Molinero y su hija M. Encarnación en 1950. Las otras cinco zonas no han sido objeto de estudio más que de forma muy general.

La división en zonas diferentes podría obedecer a los distintos grupos de parentesco o linaje en que estarían agrupados los habitantes del castro, distinción que se haría en torno a un antepasado común.

Una sugestiva interpretación de las estelas o hitos demarcadores de cada zona de la necrópolis es la planteada por algunos investigadores: han observado la coincidencia en la disposición de las estelas que presiden cada zona con la de la constelación celeste de Orión. Seguramente no se trata de una casualidad, puesto que desde siempre las gentes han identificado la altura que significa el cielo con la presencia de la divinidad que siempre observa a los humanos. La reproducción en el cementerio de Orión podría significar la relación que los muertos de La Mesa de Miranda esperaban para con el más allá.

Los enterramientos se llevaban a cabo bien excavando un hoyo y depositando la urna o bien construyendo un pequeño túmulo de piedras dentro del cual eran depositadas una o varias urnas cerámicas. Cada uno de los túmulos investigados fueron después restaurados por el mismo Cabré, por lo que pueden reconocerse en la necrópolis. Sólo en dos casos aparecieron encerrados dentro de una estructura especial, que sin duda estaba marcando la importancia de los enterrados en él. Se trata de la estructura de mamposter ía que alberga dos túmulos en la zona más al sur de la necrópolis.

Entre las ofrendas depositadas con los restos de la incineración se encuentran los típicos ajuares de guerreros constituidos por armas tales como espadas, lanzas, puñales, escudos o broches de cinturón. A ellos hay que unir otros menos ligados a lo guerrero con la presencia de trébedes, parrillas o grandes pinzas. En algunos parece evocarse la profesión del difunto (tijeras, navajas). En otras, la presencia de fusayolas se atribuye a que los restos corresponden a mujeres. No faltan tampoco las tumbas con bocados de caballo y las que, acompañando a otros ajuares, presentan fíbulas, anillos y otros objetos de adorno.

Fotografías de Castro de la Mesa de Miranda

Dispones de 51 fotografías de Castro de la Mesa de Miranda

Top